Frente a un cadáver. El misterio de Don Victoriano
Por: Osmand Romero
Lic. en Historia
Casi no sé nada de este hombre, no tengo idea de cuantos años tenía cuando lo conocí, de donde venía sigue siendo un enigma, nunca lo vi con su familia o si tenía algún pariente cerca, nunca dijo nada de su vida pasada, sus nombres y apellidos verdaderos nadie sabía, solo que tenia uno y este era Victoriano, mejor recordado como Don Victoriano N.
Era muy niño cuando lo conocí, pero su expresión y aspecto físico, así como el enigma de quien era Don Victoriano siempre me ha tenido intrigado, ya que en la actualidad nadie me da una reseña detallada de ese enigmático anciano. Al decir este adjetivo podrían pensar que supe su edad, pues no es así, estoy seguro de eso porque era un hombre encorvado, con reumas en las piernas las cuales lo hacían caminar lento y cansado, artritis en los dedos de ambas manos que eran gruesos, de temblorosas, y callosas palmas, adornada una de ellas de un grueso y viejo bastón de madera que era su único compañero y confidente de no muy pocas aventuras, la otra mano que no usaba con este fin la escondía y retraía en una gran chamarra que siempre usaba ya que parecía que esta era la más afectada por algún mal que padecía. Sus uñas eran largas y gruesas, adornadas de mancha negra de tierra y demás cosas que tocaba en su camino.
Aquel rostro marcado por las arenas del tiempo aun lo recuerdo, cubierto por una tez tostada, no sé si por alguna labor que realizó en sus años mozos, o si era su tono natural de piel o por la tierra y suciedad del ambiente que se le había impregnado. Aquellos ojos negros, grandes y profundos sobresaltados, estos estaban adornados de unas cejas canosas, pobladas y caidas, que marcan el camino de una frente pronunciada, que podría haber sido una cabeza completamente calva, esto no lo se con seguridad, ya que nunca apartaba de su cabeza un sombrero de paño viejo y desgastado por el sol, no recuerdo si era gris o azul, era complicado saberlo por lo desgastado. Al finalizar el sombrero comenzaba el canusco y largo camino de barba tupida, que culminada en una aparente afilada barbilla. En medio de esa barbilla se manifestaban unos labios gruesos que al abrirlos ocultaban una dentadura amarillenta e incompleta que siempre mostraba al hablar.
Hombre que aparentaba tener mas de ochenta años, me atrevería a decir por su aspecto que casi llegaba a ser nonagenario, pues mis abuelos que siendo ya mayores se referían a él como Don Victoriano y no solo por su nombre. Su aspecto físico era la de un hombre ya rendido por el paso de los años, con un caminar lento debido a un problema que tenía en uno de sus pies, el cual no logro recordar cual era, por lo que era ayudado por un bastón delgado y largo. Era un hombre de complexión delgada o eso parecía, ya que el siempre portada una chamarra voluminosa o un sarape que lo cubrían de todo el cuerpo. Recuerdo también que este era un hombre de no muy baja estatura o eso me parecía que era, ya que como lo he dicho anteriormente era muy niño cuando lo veía. Usaba de calzado unas viejas botas que se parecían mucho a la de los mineros, por lo que puede haber la posibilidad de que lo fue, también recuerdo haberlo visto usando huaraches alguna vez, podría ser un indicio de que posiblemente era de algún lugar de la sierra. Quien sabe, eso nunca lo sabremos.
Mis familiares y vecinos cuentan que Don Victoriano llego un día al barrio así de la nada, no me especificaron más, pero parece que habló con la dueña del terreno que se encuentra cerca de la casa de mis abuelos ofreciendo sus servicios de cuidador y logró convencerlos, sin puerta, cubierta por una vieja cortina que algún vecino le habrá regalado. Cuando había momentos de extremo frio y lluvia usaba unas laminas viejas para cubrir su casa y no salía hasta el siguiente día cuando parecía que penetraba algún rayo su humilde morada. Dentro de su casa se veía que apenas cabía una pequeña colchoneta con una base delgada de fierro, con unas pocas cobijas que aquel señor tenía. No se notaba a simple vista que aquel anciano conservara objetos de valor material o sentimental a simple vista, ya que todo parecía estar guardado abajo de la misma cama, solo se notaban algunas botellas de coca cola retornables, una crucecita, unas velas y veladoras que claro esta le servían en la noche antes de dormir o rezar.
Dentro de las habilidades que ese señor demostró alguna vez fue el de disecar pieles de animales, ya que recuerdo en alguna ocasión haber acompañado a mi tío Juan Manuel a ver a Don Victoriano para que viera aquella piel recién despojada de aquel animal, recuerdo que nos sentamos en una loma y ese señor empezó a poner sales y demás elementos que no puedo recordar para que el interior de la piel se secara y no se pudriera, al poco tiempo de hacer eso, nos regresamos a casa, justamente llegando mi tío alzó la piel en un clavo que le había apartado y ahí quedo como pieza de museo y de su colección personal que eran muchas y de varios animales como conejos, zorrillos, liebres, ardillas e incluso cuerno de venado.
La lucha por la sobrevivencia y el comer era el diario desafío en la vida de este señor, ya que vivía completamente solo, nadie lo visitaba y menos lo procuraban en su vejez, jamás se vio la visita de algún familiar, por lo que los vecinos le regalaban algún alimento para aminorar su sufrimiento diario. Una de esas personas fue mi abuela, que en varias ocasiones le dejaba de comer, incluso Don Victoriano fue varias veces a la casa a preguntarle a mi abuela si no se le ofrecía algún mandado o que fuera por el pan, a lo que mi abuela le encargaba alguna cosa sencilla de la tienda que estaba a una cuadra, era la tienda de Don Mayito. Al poco tiempo regresaba y ella le daba unas piezas de pan.
Una noche fría sin alguna nube de gran tamaño que ocultara el cielo, se podía contemplar la luna y las estrellas plateadas del firmamento. Todos dormían, descansaban, recuperaban fuerzas y ánimos para el día siguiente, pues deben realizar sus labores. Don Victoriano apago su vela de noche y se disponía a dormir, concilia el sueño al poco tiempo, mañana vera que hacer para conseguir alimento, tal vez le den sopa, o unos frijoles refritos con unas tortillas acompañados con un huevito estrellado, quien sabe, ¡tal vez y le regalen un bistec! con un vaso de agua simple, de agua de limón o quizás, ¡uno de coca cola para mi presión! Esto simplemente me haría el día y no me sentiría débil en toda la noche.
En esa misma noche poco tiempo después un infarto fulminante sorprende a Don Victoriano, nadie de los vecinos se dio cuenta, porque ni tiempo le dio de moverse, ya era muy noche cuando esto pasó, no puedo asegurar si sufrió o no, pero estoy seguro de que Dios y la Virgen querían que ya no sufriera más, pues ya había carecido bastante por lo menos el tiempo que le tocó vivir en el barrio.
A la mañana de esa noche los vecinos notaban algo extraño y era porque no salía Don Victoriano de su cuartito, así que uno fue a revisar y ¡oh sorpresa! Don Victoriano no daba signos de vida, su cuerpo estaba rígido, la noticia corrió como un relámpago, quisieron llamar a un médico, pero no tenía caso, este anciano había dado su ultimo suspiro de vida hace horas.
Ahora había que darle santa sepultura para el recién faltante Don Victoriano. Pero antes había que organizar su velorio y así fue, se le compró su caja y fuera de su choza el recibía a sus vecinos para que este le dieran el ultimo adiós. Solo iban los adultos, a los niños no nos dejaban despedirnos, pero yo insistí y me atreví a ir de Incógnito cuando los adultos se distrajeran, me atreví, entre y vi su rostro por ultima vez donde expresaba su ultima mueca que representaba un dolor y angustia eterna. Ahora que de adulto lo recuerdo viene a mi un fragmento de la poesía de Manuel Acuña que dice así “Tú sin aliento ya, dentro de poco volverás a la tierra y a su seno que es de la vida universal el foco.”
Se aproxima la hora de llevarlo a su ultima morada ya todos estamos listos para acompañarlo. Mi abuelo ofreció una camioneta de mi papá como carroza fúnebre pues esta tenía un camper que lo cubriría y protegería en caso de que lloviera en aquel trayecto. El camino fue largo y silencioso como se acostumbra, solo se escuchaba el ruido del motor de la camioneta. Mi abuelo interrumpe ese silencio en la cabina diciendo la siguiente frase- este es el último viaje de Don Victoriano caray- mi abuela le contesta con una pregunta ¿Como crees que nos ira a nosotros cuando nos toque? Después de esas frases nadie dijo nada hasta llegar al panteón para sacar la caja de la camioneta y comienza el viaje a su ultima morada. Los niños no fuimos a despedirnos, nos quedamos fuera del panteón. Poco tiempo después sin lagrimas en los ojos y con mucha sobriedad regresan los adultos y nos disponemos a regresar al barrio para dejar atrás este amargo pasaje.
Pasan los meses rápidamente y llegan los Santos Difuntos, todos ponen ofrenda para sus seres amados. ¿Acaso Don Victoriano esta contemplado en la lista? Parece que sí, ya que recuerdo que mi abuela dijo aquí le puse a Don Victoriano lo que le gustaba comer, lástima que no tengamos una foto de el para ponerla en el altar. Al paso del tiempo Don Victoriano pasó a ser un recuerdo de todos los del barrio, incluso un vecino que es albañil y tiene que salir temprano para trabajar asegura que en más de una ocasión le ha tocado ver una silueta que se pierde en la madrugada y asegura que es Don Victoriano. Hace pocos años bardearon ese terreno y la choza que solía ser su casa fue destruida sin dejar ni una huella pero que va si Manuel Acuña dice “Que al fin de esta existencia transitoria a la que tanto nuestro afán se adhiere, la materia, inmortal como la gloria, cambia de formas; pero nunca muere.”.