EL ESTUCHE VACÍO
POR: ELISEO GONZALEZ MEDINA
SIERRITA LINDA.
Descalzo, apretaba el paso para no quemarme los pies, el sol estaba en todo lo alto, yo no entendía porque no todos los niños usaban huaraches, si yo tuviera un par, pensaba, correría sin miedo por aquella ladera a la par de mis amigos, sin temor a las espinas del zarzal, no habría más llagas por pisar las piedras calientes. A mi corta edad, no entendía tantas cosas. Sólo quería llegar a mi casa, que estaba allá por el despeñadero, dejar el cubo de agua y disfrutar la sensación de crecer al quitar el peso de encima, sentarme junto aquel racimo de cañas que crecieron por casualidad en la orilla del patio, ahí, disfrutaba en total silencio la brisa, que acariciaba mi cara quemada por el sol. Pacientemente, esperaba y aguzaba el oído, hasta que entre el murmullo del aire, se colaban las notas de aquel violín, entonces, me escabullía entre gallinas y cuches, que a mi paso hacían un carajo alboroto. Llegando al sitio, embelesado escuchaba la interpretación del huerfanito por aquel trío que nunca supe su nombre. Fueron tantas tardes que pase detrás de aquel pretil, mirándolos. Un día salté y pedí permiso para acariciar aquél viejo violín, me lo puse al hombro, cerré los ojos deslice la vara de la cuarta a la primera cuerda y salió un poema que nadie a escrito aún, pero yo le puse por nombre: magia. Entonces, supe que sería violinista. Sonaba al ritmo de la media naranja mi trío, a veces el hidalguense, y no se diga el querreque o la de ni alta ni bajita. Cualquier cantina era suntuoso escenario, recorrí todo el valle del mezquital tocando y ganando centavos, la fortuna me sonreía, y unas botas me hicieron olvidar aquellos días descalzo. Un día llegó a mis manos un Stradivarius, que un beodo me vendió para curar su mal de amores con cualquier ron barato, ¡que hermoso era! que sonido tan lindo salia de su caja, ¡cuánta música hicimos juntos! inolvidable aquél Stradivarius. Pero por aquellas cosas de la vida, así como llegó, se fué, ahogado en un mar de vino lo perdí por unos cuantos pesos. La resaca de aquella noche aún la traigo, ya no hubo más música. Con las manos vacías volví a aquella ladera, en dónde seguía mi viejo jacal, desde donde se divisaba la milpa. Ahora, todas las mañanas calzaba mis huaraches, agarraba a mogolo y echaba a andar por la vereda, al pasar por el pretil aquél, creía escuchar la media naranja, aunque en el fondo sabía que sólo eran viejos recuerdos. Sentado, al mediodía, ya es hora de desenvolver los itacates, aviento todos de una vez al rescoldo, mientras sorbo un trago de pulque. A la distancia mogolo, mi burrito, retoza felíz entre las matas de cacahuate que están floreando como nunca, volteó la vista hacia la ladera dónde un hilo de humo se despide en mi viejo jacal. Sonrío con un dejo de ironía, y pienso, tanto mundo recorrido, tantas historias en mi vida, tanto nadar en el río para quedar en la orilla. Ya es tarde, vamos a casa mogolo que nos están esperando. Siento un dolor en el pecho, una punzada le sigue, te habías tardado en llegar, le dije sonriendo…
Amanece y mogolo sigue en la milpa, sin cincho, sin rienda, sin el…
El Stradivarius tal vez siga sonando en algún lado, mientras aquí en San Nicolás, alguien emprende su último viaje, dejando un estuche vacío entre el maíz desgranado. Sube, vuela, se pierde entre las nubes y sonríe al escuchar, violines en el cielo.
/ZIMAPÁN HGO MÉXICO SIERRITA LINDA HGO