«Que lo cuente el otro»
Por: Polioptro Martinez Cisneros
(Finado)
Con derechos de Autor.
Fragmento del libro Fuerzas Leales del Estado de Hidalgo.
Autor. Polioptro Martínez Cisneros. Teniente Coronel. Presidente Municipal de Jacala, tres veces, ayudante y Secretario Particular del General Nicolás Flores, Diputado a la Legislatura del Estado dos veces, Senador de la República y Gobernador interino del Estado. (Finado)
El General Nicolás Flores sufría aquel día un penoso cólico hepático, se paseaba en la sala de su casa recorriéndola diagonalmente una vez y otra y otra, a ratos se sentaba en algún sofá o se metía a su recámara y se tiraba sobre su cama, pero no había postura que la mitigara sus dolores y volvía a su afanoso paseo sin calma ni descanso. Como a la sazón era Gobernador y Comandante Militar del Estado de Hidalgo abundaban las visitas oficiales y oficiosas para enterarse de la salud del señor Gobernador, algunas permanecían sentadas en la antesala, otras paradas en los corredores y aun dentro de la sala misma habíamos formado coro tres o cuatro civiles de los más allegados al General, el Mayor Gilberto Rocha y yo que era entonces su ayudante y me encontraba aquel día de servicio.
Sentados en un rincón de la sala que estaba vedado a los paseos del General por una de esas mesitas llamadas justamente de estorbo, departíamos, al principio en voz baja, luego en voz más y más alta según se iba creando confianza, sin hacer mayor caso del agitado paseo del General ni de sus demostraciones de dolor que se traducían en quejas y gemidos o en interjecciones sonoras y restallantes como trallazos, pues mi General tenía las palabras gruesas a flor de labio cuando había consideraciones que se las contuvieran.
La conversación se había iniciado en dialogo en que todos, más o menos, participábamos, pero poco a poco y según su costumbre la fue monopolizando el Mayor Rocha, hasta no dejar a persona alguna que metiese basa.
Según mis recuerdos, debe haber tenido por entonces el Mayor Rocha unos treinta años y no alcanzó muchos más pues murió a poco, gozaba de la estimación y afecto del General Flores porque lo había acompañado durante casi toda su vida militar y era, además su paisano pues ambos era oriundos de Pisaflores, Hidalgo, hombre de muy escasas letras el Mayor disimulaba su ignorancia con la viveza de su inteligencia y su opima imaginación huasteca que lo hacían un conversador ameno y festivo; donde quiera que él estaba la charla se resolvía en hilaridad y alegría, más si sus relatos se referían a su vida desordenada y andariega de gandul, como Juan Charrasqueado, enamorado, borracho, pendenciero y jugador, solía tomar tintes de tragedia. La vida militar del Mayor Rocha, fue más bien mediocre pues la misma versatilidad de su carácter le daba poca capacidad de mando, su valor era algo disparejo aunque, a veces, tenía arranques valerosos y geniales. En lo físico era de mediano estatura, bien sembrado, blanco y de buen parecer, la vivacidad de su ojos y de sus ademanes daban mayor realce a su natural simpatía.
Aquella mañana le dio al Mayor Rocha por relatar —pour epater le bourgeois— sus hazañas guerreras. Siendo yo el único militar del auditorio, me consideraba Rocha obligado a dar buen testimonio de la ágil gimnástica de su fantasía, que sobre febles pro-cimientos de verdad erigía mil chuecos relatos de sus hazañas. Como de aquel deporte mental de mi Mayor no se le derivaba para nadie, ni siquiera a la verdad, ya que la misma exageración del relato hacia evidente la ficción, yo asentía siempre, con mayor razón cuando Rocha me acuciaba:
— ¿Verdad Polito?
Yo debía contestar y contestaba:
— Si Rochita.
Algunas veces, el relato resultaba tan inverosímil que yo me mostraba un tanto remiso para testificar, entonces Rocha interrogaba un tanto autoritario:
— ¿Verdad, mí Capitán?
Yo me veía obligado a replicar:
— Si mi Mayor.
Otras ocasiones me limitaba yo a dar mi aquiescencia con gruñido que pareciera significarla.
Entretanto el General Flores proseguía sin descanso su agitado paseo, sin parecer parar mientes en las ponderaciones que hacía Rocha de sus proezas.
De ésta manera relató Rocha muchas de sus relevantes acciones guerreras, y no bien terminaba con una cuando volvía sobre otra diciendo:
— Otra vez me llamó el General y me dijo: —Oye Rochita, tú eres un muchacho hermoso, rebelde y valiente… y como yo ya sabía que cuando el General nos decía así a alguno de nosotros era porque nos iba a encomendar alguna comisión peligrosa y difícil, pensé para mí: ¡ya la chiflamos! lo que es mi General me va a pedir ahora que le traiga las perlas de la virgen, dicho y hecho el General dijo: …y venía luego la relación de cómo el General con los más exiguos medios, le encomendaba a Rocha, con su ingenio, su habilidad y su valor consumaba la increíble acción y como regresaba cargado de laureles y de un riquísimo botín que le valía los abrazos y las felicitaciones del General y de sus demás jefes y compañeros, y por lo que sobre todo estimaba el donjuanesco militar, se le rendía una hermosa chica, hasta entonces extrañamente reacia; y le hacía dócil entrega de la más dulce y preciada de las femeniles ofrendas.
Cuando el mayor Rocha se cansó de referir sus hazañas milicianas, espigó en el campo, también abundoso, de sus peleas de calavera barato, de las mil riñas en que se había visto envuelto en su desastrado vivir de jugador de naipes, de asiduo concurrente a burdeles, garitos y piqueras y de seductor de fámulas inexpertas y chicas pizpiretas. También sobre éste tema era próvido y notable el repertorio de Rochita y su exposición uno de sus predilectos motivos de conversación.
Cuando me agarré con el X… aquí soltaba Rocha el nombre de algún matón famoso fue cosa de veras buena porque el X era hombre de veras macho, muy malo y todos le alzaban pelo, hasta que yo aquel día… y venía el relato de la más descomunal de las peleas en que Rocha y el otro bravo, tras de algunas miradas de ganchete y otras tantas expresiones procaces dichas como al acaso, se enzarzaban en lucha personal con plétora de golpes, puñaladas y balazos y en laque, finalmente, Rocha quedaba vencedor e ileso y su enemigo mal trecho y humillado.
El General Flores continuaba su inquieto paseo sin hacer caso de nosotros. Y apenas el Mayor Rocha disfrutaba de pasmo que creía que en nosotros despertaba su singular combate con el X, se enfrascaba en otra relación todavía mas notoria de su valentía.
— Y otra vez en…
— Cuando me pegaron este balazo en…
— Pero cuando de veras la vi fea fue en…
Y así llegó el Mayor Rocha a la narración de la máxima epopeya de su vida de borracho, pendenciero y jugador fullero.
—Pero donde sí se vio lo mero bueno fue cuando me trencé yo solo, con tres hermanos Ramírez. Esos tales por cuales de los Ramírez eran tres, los tres eran muy valientes, eran gallos muy jugados y siempre andaban juntos, a todos ninguneaban y no había feria, boda o fandango donde no se presentaran y en que no apantallaran hasta los más bravos y hacían que se les humillaran, había muchos que de puro miedo les ofrecían que beber y que comer o que hasta les cedieran la bailadora en el huapango. Por eso esa noche en que yo estaba en una fiesta en Pisaflores y llegaron ellos, todos dijeron ‘‘lo que esos se van a topar luego con Gilberto’’, pues todos saben que yo no soy dejado, y así fue. Yo estaba cantando cuando ellos llegaron y luego les eché verso picón, uno de los Ramírez me lo contestó con otra mas calentón y cuando terminó el Son y los bailadores se orillaron del palenque yo saqué mi cuchillo y pintando una raya en el suelo grité:
— ¡A ver quien es el hombre que pisa esta raya!
Y el primero que me brotó fue Juan Ramírez que se paró en la raja y de tras de él se pararon los otros dos, todos puñal en mano y yo les dije:
— Vénganse uno por uno o todos juntos, que para todos hay, y…
Y cuando esperaban, no sin alguna ansiedad, escuchar de los labios de Rocha el final de la que suponíamos estrujante tragedia, el General Flores detuvo su doloroso pasear, se paró junto a nosotros e increpó a Rocha:
— Ya me cansó, Gilberto, estar oyendo tus mentiras, ¿Cómo no les cuentas a los señores cuando te peleaste con David Santos?
¿Cómo no les cuentas que esa vez David te cacheteó, te pateó, te tumbó y te montó, y que todavía, como por burla, te dio un navajazo en una nalga, ¿cómo eso no lo cuentas? ¿cómo eso no se los dices a los señores?
El exabrupto del General nos dejó a todos suspensos, menos al imperturbable Rocha que, cuadrándose militarmente, contestó con entereza:
—No mi General, ¡eso que lo cuente él!