Fragmento del libro Fuerzas Leales del Estado de Hidalgo.

Historia y Leyendas

Fragmento del libro Fuerzas Leales del Estado de Hidalgo.

 

«Mi Escuela»

 

 

                                                   
                                                                                                                                        Por: Polioptro  Martínez Cisneros

(Finado)

Con derechos de Autor.

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Fragmento del libro Fuerzas Leales del Estado de Hidalgo.

Autor. Polioptro  Martínez Cisneros. Teniente Coronel.  Presidente Municipal de Jacala, tres veces, ayudante y Secretario Particular del General Nicolás Flores, Diputado a la Legislatura del Estado dos veces, Senador de la República y Gobernador interino del Estado. (Finado)

La escuela en las que recibí las primeras letras fue la escuela de niños de Jacala, Hidalgo. Era, como todas las establecidas en las Cabeceras de Distrito del Estado de Hidalgo por el año de  1910, una escuela Primaria. Se trataba de establecimientos bastante modestos, pues en tales días la educación pública no tenia la difusión que tiene ahora, pero como maestros y discípulos trabajamos con gran tesón se obtenía una instrucción de mayor calidad que la actualmente se obtiene en las escuelas similares. Y las penurias y deficiencias de nuestra escuela se agravaban  todavía con nuestra lejanía de la Capital del Estado y de lo atrasado de las comunicaciones: para ir de Jacala a Pachuca eran menester buenas jornadas, dos, muy traqueteadas y largas, a lomo de caballo y una en un ferrocarril llamado pomposamente Pachuca-Zimapán-Tampico aunque apenas llegaba, renqueando y con impuntualidad reglamentaria, a Ixmiquilpan.

Mas existe una razón que nos mueve a conceder un espacio a la Escuela de Jacala, en este libro destinado a rememorar hechos, personas y situaciones de la Revolución en el Estado de Hidalgo. De las aulas de ésta escuela egresamos muchos de los que tuvimos la suerte de formar en las filas revolucionarias. Bastaría, para justificar la mención, señalar a algunos que ocuparon prominentes posiciones de responsabilidad y mando, como el General Víctor Monter, el General Otilio Villegas, el Coronel Cuauhtémoc Córdova y los Tenientes Coroneles Waldo Martínez y Alfonso Mayorga, pero no fue sólo eso, sino que formamos legión los que de ella salimos para abrazar la militancia revolucionaria.

Ahora únicamente queremos referirnos a la generación escolar que pudiéramos llamar contemporánea de nuestra Revolución libertaria, es decir a la niñez y juventud que ocupó sus bancas de 1908 a 1913, pues a partir de ése año la escuela cerro sus puertas por razón de la misma conmoción que la Revolución produjo, y no volvió a abrirlas regularmente sino hasta el año de 1917.

Por aquellos años, al abrir sus cursos en los primeros meses, la inscripción alcanzaba a 130 a 140 alumnos pero conforme eran requeridos por sus padres para ayudarlos en sus labores agrícolas, algunos se enfermaban, otros se aficionaban con demasía a la ‘‘pinta de venado’’, por mil causas, eran apenas asistencias esporádicos. El resultado era que apenas llegábamos a los exámenes con una asistencia efectiva de 70 u 80 escolares turbulentos. El cuerpo docente estaba constituido, generalmente, por el Director y dos Ayudantes, pocas veces había tres.

También era pobre nuestra escuela en mobiliario y material escolar. Teníamos contados bancos desvencijados, al extremo que los a alumnos del primer año solían sentarse en simples vigas colocadas sobre viejos cajones de empaque. Escaseaban los libros, los mapas, las pizarras y los pizarrones, y si poseíamos dos o tres despostilladas esferas, reglas, alguna escuadra, semicírculo graduado y algunas otras cosillas así, era debido a que los maestros las cuidaban como oro molido. Con una arcilla blanca que el maestro nos llevaba a extraer de su veta manufacturábamos unos gises que malamente suplían a los auténticos. De tinta si teníamos provisión abundante, porque el mismo Director nos hacia recolectar, en su tiempo, vainas de huisache y con ellas elaboraba una tinta de color sepia bastante aceptable.

¡Paupérrima era nuestra Escuela! Valía, sin embargo un Potosí por el maestro, quiero decir su Director, Don Emilio Raigadas. Pero Don Emilio Raigadas merece párrafo, y sus párrafos aparte.

Era Don Emilio Raigadas por los años que reseñamos un hombre ya anciano pero notablemente vigoroso y vivaz. Rubicundo ojiazul, de cabello, bigote y barba blancos, Don Emilio Raigadas era un hermoso ejemplar de anciano sano y robusto. Fuerte como un roble, este anciano, que no había padecido en su vida ni un catarro, vino a morir cabalgando un caballo semisalvaje que lo arrojó a un precipicio; de no mediar éste desgraciado accidente es probable que hubiera alcanzado una longevidad centenaria. Tal era en lo físico Don Emilio Raigadas, que en lo espiritual y lo moral era lisa y llanamente, pero en grado eminente y en la más noble acepción del vocablo, ¡un maestro!

Hijo de una acaudalada familia de la Comarca, a la muerte de sus padres se vio dueño, joven todavía, de una regular fortuna, pero su exiguo espíritu utilitario lo hizo perder la mayor parte de ella en ilusorias empresas y negocios descalabazados. Maltratado por la vida, pero no margado pues siempre fue dueño de un sano optimismo, fue a dar al magisterio y en él se quedó para siempre como profesión que le fuera consustancial y propia pues en los cortos intervalos en que las circunstancias lo alejaron de las aulas, siempre sabía encontrar cerca suyo a alguien a quien enseñar algo, porque Don Emilio Raigadas desde la mocedad hasta la senectud siempre estuvo enseñando y siempre estuvo aprendiendo. Sin descuidar la clara y recta exposición y comprensión de las matemáticas elementales, era muy versado en geografía e Historia y, más que todo en la lengua castellana cuya gramática le era familiar hasta en sus mayores reconditeces, paladín del buen decir y del bien escribir siempre tenía a flor de labios la solución de los más intrincados problemas del idioma, y sabía exponerlos y explicarlos tan bien que los hacía comprensibles y notorios hasta para los profanos.

Aprender y enseñar fue la divisa de Don Emilio Raigadas. Sus enseñanzas no estaban circunscritas, sin embargo, a una simple instrucción intelectual, no, al mismo tiempo que despertaba y fortalecía inteligencias, criaba corazones generosos y fuertes y forjaba voluntades entrizas y firmes. A sus enseñanzas debemos atribuir en buena parte que nuestra escuela diera a la Revolución un tan importante aporte para sus filas en el Estado de Hidalgo.

Por modo admirable, Don Emilio Raigadas creo en sus discípulos un elevado espíritu cívico y fortaleció y guió el carácter levantisco y altanero que es típico entre los habitantes de la Sierra de Jacala. No existen en ésa sierra grandes núcleos indígenas, pues apenas quedan pequeñas comunidades de pames, otomíes y huastecos; la inmensa mayoría de los habitantes es el producto del mestizaje de gallegos, vascos y castellanos con chichimecas y otomíes insumisos, que fueron los primeros habitantes de la tierra. Todos hablan un buen castellano, cultivan sus tierras por cuenta propia y son de temperamento viril y hasta un poco rebelde, como corresponde a las fuertes razas que los encastaron.

De esta madera resistente y fuerte se hicieron muchos y buenos soldados que sirvieron en la guerra de Independencia en la de Reforma y en la Revolución. Y muchos de éstos últimos pasaron por las manos sabias de Emilio Raigadas que supo darles férrea contextura, pues aunque aquí sólo nos referiremos nominalmente a la generación coetánea de la Revolución que recordamos con fraternal cariño, lo cierto es que Don Emilio fue maestro de casi todos los excelentes soldados Jacaltecas que formaron en las huestes serranas.

Los que pertenecimos a la generación escolar de que hablamos éramos nacidos y criados bajo la dictadura de Porfirio Díaz, y, tal vez por lo mismo, éramos simpatizantes ardorosos de las libertades ciudadanas y enemigos del gobierno oligárquico bajo el que vivíamos.  En la escuela, en el hogar y hasta en el trato corriente de las gentes sentíamos y palpábamos las ansias por el pronto establecimiento de un gobierno popular que respetara ampliamente los anhelos de independencia que experimentábamos. Nuestro maestro nunca entraba en prédicas directas en contra de la Dictadura, como llamábamos al Gobierno, ni se permitía censurar los actos de las autoridades opresoras, pues eso le habría valido el cese inmediato en su empleo de maestro, pero aprovechaba hábilmente las clases de ‘‘Instrucción Cívica’’ e Historia para adoctrinarnos sobre como debía ser y funcionar una sociedad civilizada y democrática, y sus argumentos y ejemplificaciones era tan vivaces y brillantes que resaltaba, sin mencionarla, la enorme diferencia que mediaba entre la cruda realidad que vivíamos y los ideales, panoramas y situaciones que evocaba su palabra elocuente y persuasiva.

Cuando nuestro buen maestro nos relataba las luchas sostenidas pon nuestros antepasados para conquistar y mantener sus libertades, lo hacía con tal vigor y colorido que nosotros volvíamos a vivirlas y nos sentíamos tan esforzados y heroicos como los que realmente las vivieron, máxime cuando dirigiéndose a algunos de sus oyentes, Don Emilio decía: Mira, fulano, tu padre (o tu abuelo) se batió muy bien el 5 de mayo en Puebla, o bien: a un tío tuyo, zutano, lo fusilaron los franceses por negarse a decir en qué lugar estaban ocultes dos jefes republicanos. En cierta ocasión me dijo con aire paternal: Tu, Polvorilla, —así solía llamarme cuando estaba de buen humor— tienes que ser buen patriota; tu abuelo paterno Don José Martínez, murió combatiendo contra la Intervención Francesa y tu abuelo materno, Don Ignacio Cisneros, combatió en el sitio de Querétaro siendo tan joven que apenas podía con el fusil. En nuestro juvenil ardor los alumnos de mi escuela no nos conformábamos con mirar como yerto pasado los pasajes históricos y las doctrinas cívicas del maestro Raigadas, sino que las objetivábamos y actualizábamos trayéndolas al tiempo presente como realidades a la vista. Y no sin razón, identificábamos a los personajes de 1910, Don Porfirio Díaz y sus secuaces, como los Félix Calleja, los Antonio López de Santa Ana o los Miguel Miramón. Se notaba desde luego, que en las filas de la oposición no había personalidades significadas que oponerles —Don Bernardo Reyes había sido un figurón de espuma que se desvaneció con el mismo oleaje que lo produjo y Don Francisco I. Madero era apenas una figura en boceto— pero eso no nos amilanaba en lo mínimo, pues pensábamos, con pueril fatuidad, que cada oposicionista llevaba, como los soldados del Gran Corso, un bastón de mariscal en la mochila. Estas lucubraciones parecen, y lo son ciertamente, un tanto extravagantes, pero quienes hayan asistido a las gesta de los grandes movimientos sociales saben bien que de estas extravagancias se nutren en sus inicios.

Hallaban también corroboración y aliento nuestros anhelos libertarios en las platicas y discusiones que oíamos entre las personas mayores, en nuestros hogares, en las reuniones y hasta en las mismas calles, ya que en mi pueblo, o mejor dicho en toda la comarca, la casi totalidad de la gente repudiaba al gobierno dictatorial y simpatizaba con cualquier movimiento orientado a debelarlo y no recataban mayormente para decirlo, seguros como estaban de que no habría delatores.

En éste ambiente no fue pues, extraño que muchos de los egresados de la Escuela Niños de Jacala sentáramos plaza de soldados de la Revolución, algunos cuando ésta se inició por Don Francisco l. Madero, otros en fechas posteriores, según nos íbamos medio madurando. Y fuimos a la Revolución apenas adolescentes, plenos de noble idealismo, con el valor y el entusiasmo de nuestra mocedad y con una bondad y limpieza de intención que no maculaban ni bajos apetitos y ni farisaicas ambiciones.

Como un recuerdo cariñoso para todos y como un homenaje para los que ya murieron, quiero poner aquí sus hombres, y que me perdonen, si los hay, aquellos que se escapan a mi flaca memoria: Aguado Efraín, Teniente Coronel. Fue soldado muy valeroso y herido tres veces en combate. Ángeles Hermelindo, Soldado. Cisneros Ariosto, Subteniente. Cisneros Severino, Capitán 1o. Fue muy valeroso y acompaño a Bernardino en su intento de derribar la puerta de la Casa Colorada, en el Sitio de Jacala. Camacho Aureliano, Teniente, sentó plaza desde el maderismo. De la Parra Cecilio, soldado muy valeroso, sirvió algún tiempo al Ejército de Victoriano Huerta. De la Parra Rafael, Soldado.  Espino José, Mayor, sirvió algún tiempo a Huerta. Estrada Salvador. Teniente, ha sido también Presidente Municipal y administrador de Rentas de Jacala. Fuentes Andrés. Soldado; Perdió una pierna. Guerrero Pascual. Teniente fue también Presidente Municipal de Jacala. Hernández Erasmo. Soldado. Lechuga Agripino. Soldado. Martínez Polioptro. Teniente Coronel. Ha sido también Presidente Municipal de Jacala, tres veces, ayudante y Secretario Particular del General Nicolás Flores, Diputado a la Legislatura del Estado dos veces, Senador de la República y Gobernador interino del Estado. Martínez Quirino, Cabo, murió combatiendo en el Ébano, San Luis Potosí. Martínez Wenceslao, Capitán 2o. Soldado muy aguerrido fue herido en combate seis veces. Ha sido tan bien presidente Municipal de Huejutla y disfruta de pensión como invalido. Mayorga Pedro, Teniente, fue herido en combate dos veces y disfruta de pensión como invalido. Mayorga Salvador, soldado valeroso fue también Presidente y Administrador de Rentas de Jacala, Presidente y Administrador de Rentas de Zimapán y Diputado al Congreso de la Unión.      Mayorga Taurino, Capitán 1o. Soldado muy valiente y cumplido, murió combatiendo. Melo Miguel. Capitán 2o. Ha desempeñado empleos de importancia del Gobierno Federal en el ramo de Estadística en que es muy versado. Pérez Jesús. Subteniente. Pérez Magdaleno, Subteniente. Ha sido también agente Federal de Hacienda en Jacala. Ponce Heliodoro, Capitán. 1o. Raigadas Carlos, Capitán. Raigadas Adán, Subteniente. Raigadas Ignacio, Coronel. Vargas Francisco. Soldado muy valeroso. Vargas Valdemar. Teniente Coronel. Ha sido También Diputado a la Legislatura del Estado e Inspector General de Policía del Estado.

 

 

 

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